miércoles, 12 de julio de 2023

 

Cómo surgió la comunidad

de la Compañía del Divino Maestro (CDM) de La Rioja

Los primeros años…

Un poco de historia

      Fue en el año 1970… Nuestra historia está entrelazada con los acontecimientos eclesiales de esa época. En 1965 concluye el Concilio Vaticano II y, en 1968 se celebra la Conferencia Episcopal de Medellín, para concretar el Concilio a la realidad latinoamericana. Fue un tiempo de mucha efervescencia y esperanza por los cambios que se avecinaban. Las Hermanas de la Compañía del Divino Maestro, nos nutrimos con estos nuevos aires de renovación eclesial.

Concluido Medellín, al año siguiente (1969) tuvimos un Encuentro en Punta Indio (Pcia. de Buenos Aires) para estudiar las conclusiones de Medellín a fin de  llevarlas a la práctica. Entre los años 1970-1971, celebramos nuestro Capítulo General en dos sesiones, para adecuar nuestras Constituciones a los nuevos cambios. En el período inter-sesional,  se nombró un equipo para preparar documentos y materiales para la segunda sesión. Este equipo estuvo conformado por las Hermanas Victorina María, Orfilia y Clara.

      Y en este equipo surgió la inquietud  de presentar la posibilidad de una experiencia que nos ayudara a concretar lo que deseábamos vivir. En un primer momento, propusimos comenzar una nueva comunidad en Uruguay. Pero, la Superiora General de ese entonces, Hna. Aída López, no veía esto posible. Y nos dijo que viéramos posibilidades en nuestro país. Es así que nos enteramos que había un Equipo episcopal que se ocupaba de la distribución de las fuerzas pastorales. En este equipo estaba Mons. Angelelli. (Él ya era obispo de La Rioja desde el año 1968). Cuando nos enteramos que estaba en Bs.As. le solicitamos una entrevista. En este encuentro, él nos mostró la realidad pastoral del país. Después, con el entusiasmo que le era habitual, nos habló de su querida Rioja y nos invitó a su diócesis. Qué decir… nos entusiasmó, me entusiasmó. Le planteamos la posibilidad al Consejo, Natalia, nuestra fundadora, que todavía lo integraba, nos animó. Fue en ese mismo año que realicé una visita a La Rioja para conocer de cerca la realidad.

     Presentamos el proyecto en la segunda sesión capitular (1971), de iniciar una comunidad en esa diócesis. Este proyecto fue aceptado por unanimidad. Y hubo un gesto simbólico muy lindo de la Comunidad de Antofagasta, que nos regaló un cucharón y una panera.

Nelda, la nueva Superiora General y su consejo, también apoyaron esta iniciativa.

Se inicia así la primera comunidad en La Rioja

 Mons. Angelelli nos recomendó que no fuésemos en los meses de verano porque hacía mucho calor y nos iba a resultar difícil la adaptación. En la Pascua del mes de abril (1971) partí a La Rioja junto con Estela Robirosa. Nos llevó Severino Croatto en camioneta. Llevábamos para empezar: dos colchones, seis sillas y una caja con mercadería. Fuimos acogidas por Mons. Angelelli que tuvo la delicadeza de recibirnos con el regalo de una moto-carga que todavía tenía embalada en el obispado. Como todavía no teníamos habilitada la casa donde debíamos ir, estuvimos alrededor de un mes en casa de las Hnas. de la Asunción, quienes nos acogieron con mucho cariño y me ayudaron en el manejo de la moto-carga.

    Desde allí comenzamos una de nuestras tareas. Angelelli me nombró directora del equipo diocesano de catequesis y nos encomendó la formación de los catequistas. Junto con el equipo iniciamos una Escuela de Catequesis y con Estela dábamos clases en la misma. (Yo venía con la experiencia del ICLA (Instituto de Catequesis Latinoamericano y de haberme ocupado de la Escuela de Catequesis de San Isidro). También comencé trabajando en la recepción del Obispado, por esto se nos hacía un aporte.

Y ... comenzamos nuestra inserción  en el Barrio Benjamín Rincón, zona sur de la ciudad de La Rioja

    Una vez puesta en condiciones la casa que se nos había destinado en el Barrio Benjamín Rincón, nos trasladamos a la misma. Esta casa formaba parte de una manzana de casas hogar y el gobierno se la adjudicó al Obispado. Como había estado un tanto abandonada, se habían robado los artefactos sanitarios y, como estaba al lado de una cancha, los jóvenes la habían utilizado como baño. Tuvieron que ir los bomberos para hacer una primera limpieza. Luego, con la ayuda de los jóvenes de la Parroquia Nuestro Señor del Milagro, la fuimos poniendo en condiciones. Solano Díaz, párroco en ese tiempo, nos proveyó de bancos y pupitres para la catequesis y otras reuniones. Y Paco, un querido amigo español, vecino nuestro, nos proveyó de sillas que estaban en desuso en el Centro Español. Yo las pinté… y duraron varios años. Después Chía y Hans, otros amigos muy queridos y que nos habían adoptado, nos dieron un calentador y un catre de campaña, donde dormí por un tiempo. Después se fueron sumando cortinas, donación de otra familia y otras cosas que fueron necesarias. La Congregación de a poco también nos fue proveyendo de lo necesario: una mesa para el living, heladera, etc.

    Empezamos apoyando una cooperativa de viviendas en uno de los barrios cercanos más pobres en los que las familias vivían en ranchos de adobe. Con la el trabajo de la cooperativa y ayuda del gobierno se lograron la construcción de 40 casas que fueron adjudicadas a esas familias. Mons. Angelelli las bendijo. Como había mucha gente sin trabajo, iniciamos una cooperativa de trabajo de construcción de ladrillos de cemento. Este trabajo se realizó en el terreno del fondo de nuestra casa. Con apoyo de algunos amigos se comenzó con la compra de material y herramientas, luego la misma cooperativa fue solventando los gastos. Para paliar las necesidades que había, también se apoyó una cooperativa de consumo que funcionaba en el mismo barrio Córdoba Sud. Mientras tanto visitábamos las familias, y fuimos acogiendo en nuestra casa la catequesis familiar y la atención de un grupo juvenil.

    En el transcurso del año, se integró Cleonisia, después que se cerró la casa de Concordia. Como tenía dificultades de salud, hubo momentos que tuvo que ser tratada en Bs. As. Al año siguiente se integró Aída Cabral que llegaba de Mejillones (Chile). En el momento que llega Aída, Estela regresa a Bs. As. y hace la opción de dejar la Compañía. Fue un tiempo difícil, Cleo se encontraba en Bs. As. y quedé solo con Aída Cabral que buscaba una comunidad fuerte. Recuerdo que Mons. Angelelli me preguntó: “Y ¿ustedes también se van a ir?”… Ya había tenido experiencia con otra comunidad que les había sucedido lo mismo.



     Pero poco a poco se fueron sumando otras Hermanas, regresó Cleonisia y se integraron Julia Abal y Águeda Schamber. En el año 1974 ya fuimos una comunidad de cinco Hermanas.

 


    En el transcurso de esos años nos fuimos interrelacionando con las congregaciones que, como nosotras, nos encontrábamos en ese tiempo en la periferia de la ciudad: las Hnas. Azules, las Hermanas de la Asunción y posteriormente con las Hnas. Antonianas. Teníamos encuentros fraternos en los cuales nos apoyábamos y nos animábamos mutuamente.

    Y fue, durante esos años, cuando comenzó una persecución a la Iglesia diocesana, atacando sobre todo a Mons. Angelelli, a quien un diario: “El Sol” lo denominaba “Satanelli”. Llegaban de Bs. As. grupos de “Tradición, familia y propiedad” atacando a la Iglesia a la que tildaban de comunista. Desde Anillaco se constituyó un grupo: “Los defensores de la fe” que en un momento lo atacaron a piedrazos, en Aminga quemaron la casa donde residían las Hnas. de la Asunción, felizmente no se encontraban allí cuando sucedió porque la gente del lugar las alertó. También echaron a los P. Capuchinos. Y los jóvenes del Movimiento rural tuvieron que abandonar el lugar.

    Fueron tiempos muy difíciles… llevaron preso al P. Antonio Gill que compartía la pastoral con nosotras y al P.Enri Praolini,  cercano a las Hnas. Azules.

Experiencia de pastoral diocesana

    En encuentros comunitarios de reflexión, discernimiento y oración, junto a otras congregaciones y laicos/as, sacerdotes y obispo, tratábamos de  confrontar nuestras búsquedas y experiencias con el Proyecto del Reino,  con las opciones de Jesús… Esta  fue una rica experiencia de una pastoral de conjunto, no estábamos solas.

    Desde allí,  seguimos descubriendo juntos y juntas: qué hacer…, en qué comprometernos…. En todo esto fue la opción por la VIDA en plenitud, para todos y todas,  la que nos motivaba e impulsaba. Resonaban con fuerza en nuestro corazón las palabras del evangelio de Juan 10,10: “Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia”.

¿Qué puedo decir de nuestro pastor y amigo Angelelli?


Para mí fue un “hombre de Dios”, un profeta de su tiempo. Por un lado muy humano, cercano, sencillo, con un cariño muy grande por el hombre y la mujer de La Rioja: por las ancianas y los ancianos, por los jóvenes y por los niños, por el artesano y el poeta, por el hombre y la mujer de los llanos y por los campesinos. Todos tenían un lugar en su gran corazón. Muy sensible a su dolor; muy atento y muy lúcido para ver las causas por las que sufría nuestra gente; muy firme en denunciar las injusticias y en salir en defensa de los más débiles.

Un hombre de Dios, un verdadero pastor de su pueblo, escuchando el latir del corazón de Dios y a la vez el palpitar del corazón del pueblo. Un pastor que buscaba ser fiel al evangelio, a las orientaciones de la Iglesia, expresadas en el Concilio, en Medellín y en la palabra lúcida y certera del que fue un gran Pastor de la iglesia, Pablo VI, quien le brindó en su momento su incondicional apoyo, manifestándole su confianza a través de su mediador, Mons. Zaspe.

Fue pastor, amigo y hermano. Para él era importante “caminar juntos”, “pechar juntos”. Recuerdo que nosotras religiosas, sacerdotes y laicos, tratábamos de hacerlo y expresarlo con la hojita barrial “Pechemos juntos”. Para él era importante “caminar juntos: presbíteros, consagrados/as y laicos/as junto al pastor.

Tenía un aprecio especial por la mujer consagrada, por la religiosa. A las comunidades que comenzábamos nuestra experiencia de inserción, quería que estuviéramos muy metidas en medio de los barrios y pueblos del interior, que fuéramos una presencia de Iglesia en medio de los más pobres; cercanas y sencillas, no tan preocupadas por el “hacer”, sino en el “estar”: escuchar, animar, acompañar. Nos decía: “No se preocupen tanto en lo que van a hacer, sino, estén con la gente, escúchenlos y después verán cómo responder a lo que ellos necesitan”.

Nos valoró como mujeres y confió en nosotras. Algunas colaborábamos en el Obispado: en el archivo, secretaría, administración, atención de la mesa de entrada, etc.

Nos visitaba asiduamente, nos estimulaba y acompañaba, comprendiendo nuestras inquietudes y dificultades y también nuestras esperanzas. Muy atento a nuestras propias necesidades: si había alguna con gripe y hacía frio, venía con una estufa; si la heladera estaba un poco vacía, se venía con queso o con mortadela que traía de sus viajes de Córdoba. ¡Gestos sencillos! Pero cuánto nos decía a través de ellos.

Como amigo, al compartir la mesa, compartía sencillamente sus preocupaciones, sus angustias, sus esperanzas. O nos leía algunos de sus poemas manuscritos en su cuaderno. Tampoco le faltaba el humor, lo expresaba con algún dicho, episodio o chiste oportuno.

Con él fuimos también recorriendo las comunidades del interior de la provincia, compartiendo encuentros y celebraciones patronales y festivas.

¿Qué significó para mí, este Pastor amigo?

Me ayudó a redescubrir, no ya en teoría, sino a través de la experiencia en esta realidad, en esta Iglesia particular: una Iglesia cercana, solidaria y servidora. Me ayudó a amar la Iglesia, y junto a ella aprendí a dar los primeros pasos en la inserción, haciendo camino junto a los más pobres. Mons. Angelelli me enseñó con su propio testimonio cómo vivir la cercanía y el servicio junto a la gente de nuestros barrios.

No tengo más que, dar gracias a Dios por este gran regalo de haber vivido cuatro años junto a este amigo Pastor.

Y… la Compañía del Divino Maestro continuó brindando su servicio animando y acompañando comunidades en la diócesis riojana, alrededor de cuarenta años

                                                                 Clara Romero CDM


1 comentario:

Susana Jatuff dijo...

Las hermanas del Divino Maestro se insertaron en los barrios de La Rioja. Fueron parte de nuestras familias y de la pastoral de la iglesia riojana, comprometida con los más necesitados. Celebro haber compartido con ellas; dejaron huellas profundas en nosotros. Gracias hermana Clara por tu testimonio.